La noción de que podemos ser excelentes en cualquier cosa, ha motivado debates apasionados. Por un lado, es inspirador creer que la excelencia está a nuestro alcance en cualquier área a la que nos dedicamos con suficiente diligencia, algo que el investigador Anders Ericsson llama «práctica deliberada.”
Basta pensar en cuántas películas, a menudo basadas en historias reales, cuentan la historia de profesores, entrenadores y mentores inspiradores que ayudan a los niños infravalorados a convertirse en artistas extraordinarios. Pero al mismo tiempo, es desalentador considerar que cuando nosotros mismos carecemos de excelencia, no es que nos falte talento, sino que quizá no hemos hecho el esfuerzo correcto.
Hay poca evidencia científica precisa que sugiera que los genes son nuestro destino, y cada vez hay más evidencia respecto a la neuroplasticidad (la capacidad de influir en la forma en que nuestros genes se expresan). Entonces, ¿qué pueden hacer los líderes para inspirar y nutrir la excelencia en aquellos a quienes dirigen de manera más eficaz? Aquí hay seis claves:
- Prohibir palabras como «talentoso», «dotado» y «especial» de tu vocabulario. Por muy buen significado que estas palabras pueden ser, tienden a dar crédito a las personas por algo que no hicieron nada para ganar, mientras que también sugieren que otros no tienen el mismo potencial. Considera mejor la posibilidad de sustituir estas palabras por otras como «efectivo», «determinado», «cumplido», «hábil», «perseverante» y «magistral», todas las cuales dan el debido mérito al esfuerzo.
- Regularmente, genuinamente y específicamente reconocer y apreciar los éxitos de las personas. Cree genuinamente en su potencial, alienta con entusiasmo sus pasiones, y no te desesperes por sus fracasos. No puede haber nada más motivador para las personas a las que lideras, que notar lo que están haciendo bien, y que les expreses tu aprecio con detalle y especificidad. Del mismo modo, no puede haber un solo acto más poderoso que escribir a mano y enviar por correo a alguien una nota personal de aprecio.
- Proporcionar retroalimentación constante. Las revisiones anuales o semestrales son enormemente insuficientes. La mayoría de las personas no mejoran sus habilidades en gran parte porque no reciben comentarios específicos y consistentes. Eso es diferente al juicio o la crítica. Tan a menudo como sea posible, resiste el señalar los déficits de las personas, y en vez de ello concéntrate en cómo puedes ayudarles a mejorar o llevarlos al siguiente nivel en cualquier área determinada.
- Crear y proteger periodos de enfoque ininterrumpido. No exijas respuestas instantáneas de tu gente durante todo el día. Las interrupciones fracturan su atención, y el enfoque y concentración son un requisito previo para un trabajo de buena calidad, especialmente en las tareas más difíciles. Deja de medir a tu gente por cuántas horas trabajan y evalúalos en función del valor que producen.
- Fomentar y modelar renovación intermitente durante todo el día. Los grandes intérpretes trabajan intensamente durante períodos de no más de 90 minutos y luego se detienen para recuperarse y reposar. Crea un espacio o «sala de renovación» para que la gente tenga donde relajarse.
- Ligar la búsqueda de la excelencia con una misión más grande. La excelencia requiere un esfuerzo enorme. Tienes que darle a tu gente una razón convincente para empujar más allá de sus zonas de confort. Lo que la mayoría de nosotros anhelamos es evidencia de que lo que estamos haciendo realmente importa y sirve algo más allá de la línea de fondo. Comienza definiendo lo que realmente representan, comparte con los demás lo que te hace levantarte por la mañana tan a menudo como sea posible, y anima a tu equipo a pasar por el mismo ejercicio por sí mismos.
Fuente: Harvard Business Review
Noviembre 09, 2010
Tony Schwartz