El concepto de responsabilidad empresarial surge como una forma de enfrentar la reacción pública a la laceración social provocada por las organizaciones productivas del sector privado. Los fraudes escandalosos cometidos por empresas, su participación en el daño ambiental y en el surgimiento de los grandes problemas globales como la pobreza, la desigualdad y la violación de derechos humanos, así como la falta de transparencia en el origen de sus recursos y sobre la legitimidad de sus prácticas comerciales y laborales, han ido incluyendo la responsabilidad social en el lenguaje de las organizaciones.
Sin embargo, la adopción de prácticas de responsabilidad social empresarial ha sido principalmente reactiva. Las compañías toman acción compensatoria sobre aquello que consideran que han causado, tratando de tapar el pozo después del niño ahogado.
Así vemos, por ejemplo, campañas de reforestación después de la explotación irracional de los bosques; donaciones millonarias paralelas al engaño a consumidores o al abuso de sus trabajadores; o reformulación de alimentos y apadrinamiento de eventos deportivos posterior a haber contribuido a graves problemas de salud pública como diabetes, obesidad o alcoholismo. Por supuesto, siempre será importante resarcir el daño.
Lo malo es que se ha utilizado esta etiqueta de ser socialmente responsable como estrategia para mejorar la reputación de la empresa.
En el mejor de los casos, las empresas romantizan las prácticas de responsabilidad social como una manifestación de gratitud por los beneficios obtenidos de su comunidad, recurriendo a la frase sentimentaloide de devolver un poco a la sociedad de lo mucho que han recibido.
El tema es que visualizar el rol de la empresa solo desde una contribución a la suavización de los problemas, perpetúa modelos de negocios cuyo objetivo prioritario es generar ganancias monetarias y donde la creación de bienestar, es solo un accesorio.
Pero por algún lugar se empieza y toda carrera inicia con la primera milla. Después de todo, se trata de un proceso histórico del desarrollo de las empresas. Muchas de ellas, han sido dirigidas y trabajadas por generaciones como la boomer, que le tocó vivir el contraste de la escasez de la posguerra y de la abundancia derivada de la recuperación económica gracias a la industrialización. O como la generación X, que creció durante la Guerra Fría con un constante temor al fin del mundo y teniendo como único alivio a su angustia existencial, la gratificación inmediata del consumismo.
Ambas generaciones se desarrollaron luchando por cubrir necesidades tan básicas como la subsistencia y la seguridad. Con una expectativa de vida corta y oscura, debido al contexto abrumador en que estaban sumergidas, no concibieron una visión de largo plazo.
El progreso de las décadas de los 80s y 90s no fue equivalente al desarrollo de la humanidad debido a las gravísimas desigualdades sociales que fueron el costo de la estrategia empresarial basada en utilidades generadas a partir de precios altos al consumidor y contención de costos. Sin embargo, se logró cierta estabilidad y mejora de la calidad de vida, que, si bien no fue para todos, permitió el nacimiento de una tímida clase media. Aun cuando no se logra la ansiada paz mundial, se respiran en el mundo aires de mayor tranquilidad.
Esto permitió el surgimiento de las generaciones millennial y centennial que gozan de menor presión sobre su supervivencia y una esperanza de vida mayor y mejor, que les levanta la mirada del hoy y empiezan a ver el largo plazo. Emerge así una nueva conciencia sobre los daños ambientales y sociales que causan los modelos de negocios depredadores y empiezan a alzar la voz por un nuevo enfoque de los negocios. Se demanda un giro en la comprensión de lo que es la riqueza, pasando de ganancias financieras a la creación de valor para la sociedad y a la recuperación y conservación del medio ambiente.
Es en este nuevo paradigma social donde nace la demanda de que las empresas dejen de verse ajenas a la sociedad y que solo contribuyan con lo que les sobra, como si se tratara de limosnas emanadas de su generosidad y que, en lugar de ello, asuman como su propósito ser el medio de florecimiento de la humanidad, de manera equilibrada y sostenible a través del tiempo.
Así, la empresa conciente deja de soñar en una visión centrada en sí misma y que utiliza el entorno para lograrla, y la reemplaza por un propósito valioso que es compartido con su comunidad congregando los esfuerzos de todos para lograrlo.
La cultura organizacional deja de promover valores para guiar comportamientos hacia el logro de objetivos empresariales para más bien cultivar el desarrollo personal de los miembros de la organización, así como de todas las partes interesadas en la compañía.
Los líderes dejan de tratar de influir en la alineación del trabajo colectivo para empezar a inspirar la reconstrucción del tejido social y a transformar los grupos sociales en comunidades prósperas e incluyentes.
Este paso a la conciencia de las empresas es lento y va contra corriente, va a requerir la constancia heroica de un proceso evangelizador, pero necesario para redimir a las empresas y transformarlas en instrumentos que devuelvan su dignidad a la comunidad humana.
Fuente: http://www.revistanegocios.mx/texto-diario/mostrar/3438814/responsabilidad-social-tener-mayor-conciencia-negocios
Por: Lilia Patricia López-Vázquez
Febrero de 2022